El camino entre la fe, los vacíos espirituales, el despertar y terapia
- Andrea Peters
- 16 feb
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 18 feb
Hay vacíos, hay silencios, hay momentos y también hay personas que llegan a nuestra vida para reflejarnos eso que tanto necesitamos sanar o mejorar.

En el mundo de la espiritualidad y de la religión, frecuentemente escuchamos decir que si sientes un vacío interior es porque te falta Dios en tu corazón. ¿Quién de ustedes alguna vez ha escuchado estas palabras? Probablemente el 99.9% de los que están leyendo estas líneas. ¿Pero qué hay de aquellas personas que tienen su fe inquebrantable en el Señor? ¿Es que acaso los vacíos espirituales solo los pueden sentir personas que "no están cerca de Dios" o llevan una vida que "no es lo que la sociedad espera"?
Hoy quiero compartir este mensaje para todas las personas que tienen su fe inquebrantable en el Señor, el universo o la vida. Soy muy respetuosa en las creencias espirituales y religiosas de cada persona y es por eso por lo que especifico que este mensaje está dirigido a todas las personas creyentes independientemente de la religión que practiquen. Al referirme al Señor, en mi caso, me refiero a Dios.
Hay vacíos que nos pone el Señor en nuestro corazón como un llamado a mirar hacia nuestro interior y encontrar esas respuestas que tanto necesitamos para evolucionar y mejorar. Desde mi punto de vista, un vacío espiritual no es sinónimo de no tener a Dios en el corazón, sino más bien una oportunidad que el Señor nos da para poder conocernos, sanar lo que se deba sanar y vivir una vida donde sintamos paz y podamos vivir de una manera plena.
Mi camino hacia mi enfoque interior y terapia
Me considero muy cercana al Señor y muy agradecida por las oportunidades y la vida que el Señor me ha regalado. Soy muy creyente y desde que tengo uso de razón, gracias a las enseñanzas de mi abuelita, el Señor es para mí, mi refugio, alguien con quien converso todos los días, es parte de mi vivir, y de todo mi camino.
A finales del año 2018, algo empezaba a resonar en mí. Un sentimiento de vacío y los silencios de mi alma empezaban a tocar la puerta poquito a poco--un sentimiento que me llenaba de muchísima culpa. Empezaba a cuestionarme quién era, cuál era mi propósito de vida, me preguntaba si realmente era feliz. Mi Yo de aquel entonces pensaba que no tenía ninguna razón para sentirse así.
Para darles un poquito de contexto, un mini resumen de mi vida desde que nací hasta el año 2018 se vería de la siguiente manera:
Mi vida ha estado llena de experiencias diversas. Nací, crecí, mi hermana y yo fuimos muy afortunadas de criarnos con nuestros abuelos maternos, mi mamá nos visitaba frecuentemente, mi papá vivía en otro país, fui a la escuela, fui al colegio, salía con mis amigos, como toda adolescente viví el amor y desamor, fui a la universidad, más amor y desamor, viajaba con mi familia y amigos. En mis 20s, hice un programa de intercambio y conocí a Steve--tuve la relación que siempre quise tener--alguien que me ame, respete, me elija y con quien poder tener un proyecto de vida.
A los 23 años me casé y tuve dos hijos hermosos. Me dediqué al hogar, viajes en familia, más visitas a Ecuador, y con el pasar del tiempo, el deseo de querer re-empezar mi carrera ahora que mis hijos ya no eran tan chiquitos.
Una vida llena de muchas bendiciones y oportunidades que he podido aprovechar; pero así mismo una vida donde viví en autopiloto bloqueando a lo largo del tiempo ciertas situaciones que en su momento debí procesar y sanar.
Como todo empezó:

En octubre de 2018, viajé sola a Ecuador por primera vez en dos años. Este viaje fue diferente porque viajar sin Steve y los niños implicaba poder dedicar tiempo para mi, pasear, reflexionar, y dar pie a recordar mi infancia y juventud en la casa de mis abuelos.
Fue ahí en la casa que por tantos años viví cuando empecé a sentir nostalgia, recordándome pequeña, jugando, corriendo, yendo a la escuela, recordando a mis amigos del colegio, mis cumpleaños y las idas a fiestas. Alegría por momentos vivídos pero tambien tristeza. Sentí tristeza al recordarme pequeña con el sentimiento de imaginar cómo hubiera sido crecer con un papá y una mamá. Tristeza al recordar la veces que lloré estando ahí pero quieriendo no estar. Ciertos recuerdos que aunque un poco borrosos aun pesaban en mí y había tratado de borrar. Y por último, mientras me veía en el espejo del baño, las lágrimas empezaron a salir recordando también a aquellas personas importantes en mi vida, aquellos amores que tal vez enterré en mi corazón aún estando vivos. Y a aquella persona por la que mi corazón sentía mucho resentimiento. Aquella persona que desde que me fuí, nunca dejó de buscarme y trataba de tener contacto conmigo; a pesar de yo bloquear contacto por todos lados. Recordé los momentos cuando me sequé tantas veces las lágrimas en la misma habitación y salía como si todo estaba bien.
A partir de este viaje, se abrió una caja de vacíos y silencios en mi corazón. Le pedía al Señor que me ayudara a entender qué me pasaba. Me cuestionaba quién era, lo que había aprendido mi vida debía ser. Cuestionaba actitudes de la familia en la que crecí, me cuestionaba tantas enseñanzas que ahora no tenían sentido para mí. Así mismo, sentía que mi vida no tenía un propósito aparte del de ser mamá y esposa. Quería regresar a mi carrera y trabajar, pero no sabía cómo. Me sentía insegura de mis capacidades y cualidades, lo cual no era nada nuevo, y dudaba de mí. A pesar de tener todo, una familia hermosa, mis hijos, mi esposo, un hogar, una casa grande, una vida cómoda, había algo que no estaba bien dentro de mí y no me hacía feliz. Me sentía culpable. Conversaba con el Señor y le pedía perdón por sentirme así cuando hay tantas personas en el mundo que teniendo la vida que yo tenía se sentirían plenos.
Había noches en que todos dormían y me sentaba en el mueble de la sala--lloraba y le preguntaba al Señor por qué me siento de esta manera.
Todos tenemos un lugar seguro donde encontramos refugio
Al lugar donde siempre he encontrado refugio es en la Iglesia. En mis conversaciones con Father Abraham, un sacerdote que conocí años atrás, le contaba todo lo que me abrumaba. Cada vez me decía, repite: Jesus I trust in you - Señor en ti confío. Yo sabía de corazón que todo ese sentimiento que tenía en mí tenía un propósito. ¿Cuál? ¡No lo sabía! Solo sabía que tenía que confiar en el Señor y que ese vacío, toda la confusión que sentía no significaba que no tenía a Dios en mi corazón, sino era un llamado de amor. ¿Para qué? ¡No lo sabía!
Cuando regresé de Ecuador, al primer lugar que fui, fue a ver a Father Abraham. Llorando, recuerdo claramente lo que le dije: Padre, no entiendo al Señor, porque si estoy hoy tan contenta y feliz con mi vida, con mi esposo y con mis hijos, con todo lo que tengo, el Señor trae a mi vida recuerdos y personas del pasado que me ponen triste y me causa dolor. ¡No entiendo! ¡No lo entiendo al Señor! Father Abraham con una voz de compasión, pero fuerte al mismo tiempo, me dijo: Andrea, YOU HAVE TO LET GO. YOU HAVE TO! – Andrea TIENES QUE SOLTAR. TIENES QUE HACERLO!
Esas palabras se quedaron clavadas en mi pecho y en mi mente.

Llegó el 2019 y seguía con mi vida nomal, en autopiloto. Aquel sentimiento que empezó a crecer en el 2018 simplemente lo callé y bloqueé. Empecé a trabajar, reinicié mi carrera, empecé a viajar por trabajo, todo iba super bien, en casa, mis hijos. Sin embargo, el sentimiento de que algo no me deja ser feliz venía por momentos. Empecé a encerrarme en mí misma y callaba. Mi relación con Steve poco a poco se vió afectada--no con peleas, pero sí con pasos de hormiguitas. Sin darnos cuenta, alejándome silenciosamente mediante la rutina, los dos acostumbrados a nuestro rol de padres, proveedores, cumplir con las diferentes obligaciones que implica llevar un hogar y yo con mi lucha interior.

Llegó el 2020 y llegó COVID19--la pandemia. Y con ello nos llegó todo el tiempo del mundo para tomar una pausa y enfocarnos en nosotros mismos. Creo que si algo bueno nos dejó esa era, fueron cuatro cosas: los trabajos remotos, el tiempo para mirar hacia adentro, el valorar lo que realmente vale la pena, y el aumento en el conocimiento de la importancia de la salud mental.
Fue ahí cuando pasando uno de los momentos más difíciles, mientras lloraba una noche, de nuevo en el mismo mueble de mi sala, mientras todos dormían, le supliqué al Señor que me diera sabiduría para entender qué me pasaba. De rodillas le pedí que me ayude, sentía dolor en mi corazón y estaba cansada de sentirme así, sentía que me rendía. Aquella noche, encontré alivio en la canción de Martín Valverde “Nadie te ama como yo” y sentí con todas las fuerzas en mi corazón que ya no quería estar así.
Al siguiente día, conversando con mi mejor amigo, por primera vez conversamos acerca de terapia. Él sabía por lo que yo estaba pasando y cuando le conté cuál había sido el detonante de la noche anterior, recuerdo que me dijo: Andre, aquí hay algo que tienes que sanar. Y fue ahí cuando casi un año más tarde, las palabras de Father Abraham retumbaron y tomaron sentido: el ¡Andrea, You have to let go! Ese vacío, dolor y confusión significaban: Andrea tienes que sanar para poder soltar.
Terminé la conversación, y ese mismo día conseguí una cita, mi primera cita, con la que ahora por 5 años es mi terapeuta y la persona que me ha ayudado a navegar mi vida personal, de mamá, de profesional y a mejorar como persona—mi terapeuta Kim.
Ahora entiendo que ese vacío y confusión que poquito a poco empezó a surgir en mí era parte de mi crecimiento y mi historia. Ahora entiendo que el Señor me estaba guiando a mirar hacia adentro, a hacer el trabajo interior, porque nadie lo iba a hacer por mí, me corresponde a mí. Ese vacío y sentimientos que tenía dieron la pauta para ir a la raíz de mis síntomas, lo cual tomó meses. Cada sesión de terapia fue como jalar un hilo--jalar y jalar poquito a poco. Con cada sesión la raíz de mis síntomas salía--un sin fin de aspectos--relacionados a mis creencias, patrones, infancia, relaciones de pareja, amor propio, dependencia emocional, entre otros. Por medio de terapia puede abrir una cajita de pandora.
Mi mensaje para tí con todo el amor y empatía del mundo!
Sentir un vacío o un dolor espiritual no es símbolo de no tener a Dios en nuestro corazón o en nuestro norte.
Un vacío interior es un llamado del Señor para mirar hacia adentro, conocernos y trabajar en lo que debamos trabajar para mejorar y vivir una vida en paz y plena.
No ignoremos esos vacíos y no los tapemos con la retórica de la culpa. "No puedes sentirte así porque eres afortunada." "No puedes sentirte así porque estás en mejor situación que otras personas." Todos podemos sentirnos así en cualquier momento sin importar que tan fuerte sea nuestra fe.
Un vacío es Dios invitándote a mirar hacia adentro, sanar y mejorar. No te sientas culpable por sentirte como te sientes. Ese vacío te está diciendo algo, es una llamada, una alerta a mirar a tu interior.
Si bien es cierto en la espiritualidad y religión encontramos ayuda espiritual, necesitamos de personas profesionales en la ciencia de la psicología para ayudarnos a navegar varios aspectos de nuestra vida--como nuestras emociones, nuestra manera de ser, y ayudarnos a entendernos. Así como el Señor desarrolló talentos y dones en todas las personas y profesionales-- arquitectos, doctores, profesores, etc., así mismo el Señor desarrolló talentos y dones en personas para que sean terapistas y nos ayuden a navegar lo que tanto nos cuesta sanar o mejorar. Para traer al plano consciente lo inconsiente.
Los vacíos y situaciones que nos llevan a buscar ayuda son un canal. Es un indicador de que es hora de empezar a sanar lo que por años hemos bloqueado—inconscientemente.
Cada Jesús en ti confío que Father Abraham me hacía repetir en aquel entonces tiene totalmente sentido hoy. Sin ese sentimiento de vacío nunca hubiera mirado hacia adentro y poder sanar todo lo que mi alma ha logrado sanar. ¿Qué era aquello que había bloqueado y debía sanar? No tenía ni idea. Lo descubrí poco a poco por medio de terapia. Lo que sí sabía era que tenía que soltar y liberarme de todos esos recuerdos que con el tiempo habían regresado a mí y estaban afectando mi vida presente.
En el siguiente escrito compartiré como es el proceso de hacer terapia, encontrar una terapista con la que te sientas cómoda/o y los beneficios que tiene asistir a terapia de manera regular.
Cada persona tiene una razón diferente y única para asistir a terapia. Cada razón es válida, que nadie te diga que no necesitas ir y que solo necesitas la parte espiritual. Las dos, lo espirtual y la ciencia se complementan.
Hoy por hoy puedo decir:

Benditos esos vacíos que nos acercan a nuestro interior.
Benditas esas situaciones que dan paso para que hagamos el trabajo interior.
Benditos esos momentos que nos empujan a amarnos y encontrar nuestra mejor versión.
Benditos esos momentos donde el Señor nos habla a través del dolor.
Bendito es el momento que nos puso de rodillas y decidimos ya no querer sentirnos así.
Benditas las personas que reflejaron nuestras heridas y fueron nuestros mayores maestros.
Bendito el Señor por el don que ha puesto en los terapeutas para ayudarnos a entendernos, conocernos y sanar nuestro interior.
Y bendito el momento en que toqué fondo, busqué ayuda y mi vida cambió.
Con mucho amor, humildad y empatía,
-Andrea
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